Entrevista a Alejandra Vidal: «Mi interés por la arqueología surge desde la infancia, porque de niña tuve la oportunidad de conocer la Pampa del Tamarugal de la mano de mi abuelo»

Vidal webLa profesora Vidal —recientemente integrada a nuestra planta académica— acaba de terminar una investigación sobre manejos agrícolas prehispánicos en el desierto de Atacama y las incidencias sobre los cultivos por parte de los grupos humanos prehispánicos. En este artículo de Scientific Reports de la revista Nature (en inglés) se encuentra parte de su trabajo.

Por Carlos Reyes, Jefe de Comunicaciones Facultad de Ciencias Sociales UC.

CR: ¡Hola, profesora! Muchas gracias por acceder a esta entrevista. Para comenzar ¿podría contarnos un poco sobre usted, los ramos que imparte y sobre sus líneas de investigación en la actualidad?
AV: Mi formación profesional es de arqueóloga, y tempranamente, me interesé en las plantas que aparecen en los sitios arqueológicos. Entonces, tuve la oportunidad de realizar mi tesis de pregrado en San Pedro de Atacama, analizando plantas arqueológicas de 2000 años de antigüedad. Fue una investigación inicial, en la cual quería conocer cómo iba variando el uso de distintas plantas a lo largo del tiempo y si podíamos reconocer la presencia temprana de cultivos entre los grupos arqueológicos de San Pedro. Desde ahí, he ido trazando un camino, tratando de entender cómo los grupos humanos del pasado se relacionaron con las personas no humanas, es decir, con plantas, animales, cerros, alimentos, etc. Para lo anterior, he tenido que estudiar otras disciplinas, como la genética, la botánica, la biología y la fisiología, etc. Además, me interesó el tema del uso psicotrópico de las plantas, aquellas que producen estados no ordinarios de conciencia. Por eso, estudié el instrumental que se usó antiguamente para consumir plantas psicoactivas en San Pedro de Atacama. En paralelo, dentro del marco de mi investigación doctoral, comencé a estudiar una planta emblemática para la alimentación americana: el maíz. Hemos podido dar cuenta de una historia arqueológica de este cultivo y cómo se ha ido forjando la relación entre los/as agricultores/as tarapaqueños/as y el maíz, qué tipos se consumían, cuáles son los más antiguos para el norte grande, cómo los grupos humanos lo modifican, etc. Ahora, me gustaría investigar sobre las plantas que ingresan con los/as españoles/as; su impacto económico, cultural y simbólico en las sociedades andinas coloniales.

CR: ¿Cómo descubrió su interés en la arqueología?
AV: Mi interés surge desde la infancia, porque de niña tuve la oportunidad de conocer la Pampa del Tamarugal de la mano de mi abuelo. Me fasciné con el desierto, la pampa, el mundo nortino, el mundo andino. Además, mis padres me llevaron a conocer sitios arqueológicos del norte, entonces, se fue forjando la idea de que quería ser arqueóloga. Al principio parecía un sueño, algo que una ve lejano, pero luego me decidí a intentarlo. En el fondo, me encantaba descubrir y me alucinaba la ciencia. De muy niña, recuerdo que veía la serie Star Trek y pensaba en lo maravilloso que sería ser una arqueóloga que descubre otros mundos. Con el tiempo, te vas dando cuenta que la arqueología es una disciplina científica, que se basa en la antropología, y que no consiste en descubrir “tesoros”, sino en desentrañar los modos, las prácticas sociales y dinámicas de los grupos pasados. Para eso, creo que es fundamental interesarse por las personas presentes y del pasado. En mi caso, siento que nunca dejo de pensar como arqueóloga. Cada vez que viajo, o en la cotidianeidad, estoy mirando cómo las personas se relacionan con su entorno, entre ellas, qué objetos usan y cómo, quiénes participan de la acción social. Particularmente, estoy siempre observando qué plantas se usan y para qué.

CR: Profesora, me comentó que acaba de terminar una investigación sobre «manejos agrícolas prehispánicos» en el desierto de Atacama. En términos generales ¿qué podemos conocer de nuestros pueblos milenarios a través de la forma en que desarrollaban la agricultura? Y en el caso específico de su investigación ¿de qué pueblos originarios estamos hablando?
AV: Creo que uno de los principales aprendizajes que nos ha dejado estudiar las agriculturas del desierto de Atacama es comprender que los seres humanos estamos en una relación frágil con nuestro entorno. Hasta hace unos 500 años atrás, el desierto de Atacama, específicamente la zona intermedia conocida como Pampa del Tamarugal, se cultivó en grandes extensiones, y hoy, se ve yermo. Una se cuestiona desde el asombro ¿cómo lograron esta agricultura en el desierto? Esta pregunta la arqueología la plantearía en términos, por ejemplo, de cómo se organizaban los agricultores, como usaban el agua, etc. Y te vas dando cuenta de la creatividad y del conocimiento profundo que tenían estos(as) agricultores prehispánicos. Hemos determinado que el desierto se regó utilizando aguas canalizadas de las quebradas de Tarapacá, a través de una compleja red de canales y estanques de agua en superficie, que el maíz más temprano se adaptó muy bien a las condiciones hiperáridas y a los suelos rojos del desierto, que los primeros maíces al parecer no tenían un valor alimenticio, sino que funcionaban más bien como bienes suntuarios. Al comienzo, el maíz no se come abundantemente, pero aparece acompañando a los difuntos como ofrendas. Esta agricultura comienza con los denominados grupos del período Formativo de Tarapacá, es decir, hace unos 2500 años atrás.

CR: ¿Nos podría contar un poco más sobre la realización de esta investigación? ¿Tuvo que viajar a la zona? ¿Por cuánto tiempo? ¿Qué tipo de análisis se realizan durante este trabajo?
AV: Esta investigación se realizó en varias etapas. La primera fue excavar varios sitios arqueológicos en Tarapacá para recuperar restos de cultivos prehispánicos, lo cual hicimos al alero de los proyectos del colega Mauricio Uribe. Esto es posible debido a que el desierto, por su sequedad, tiene una muy buena preservación de los restos orgánicos. Diría que es único en el mundo en ese sentido. Así, durante varios años, fuimos colectando muestras de maíces y otros cultivos en el marco de varios proyectos de investigación que estaban orientados principalmente a excavar las basuras y restos de alimentos que dejaron los grupos prehispánicos. Luego, diseñé un muestreo dirigido que me permitió abarcar 2000 años de la secuencia cultural de los grupos tarapaqueños, y para eso revisé varias colecciones que están en museos y depósitos. Una vez que tuve las muestras, realizamos análisis morfológicos, midiendo y caracterizando los maíces arqueológicos. También viajé a la Universidad de Santa Cruz California, para realizar extracciones de ADN antiguo y secuenciar genéticamente el maíz arqueológico tarapaqueño. Y en los laboratorios de los profesores Hannetz Roschzttardtz y Fernanda Pérez de la facultad de Biología de nuestra Universidad, realizamos los análisis histológicos de maíces para evaluar los minerales presentes en ellos. Esto que suena como algo sencillo, en realidad ha sido todo un desafío en términos de aprendizaje; también de atrevernos como equipo a investigar de manera interdisciplinaria.

CR: Parte de su investigación fue publicada hace solo unos meses en Scientific Reports de la revista Nature. El artículo se llama «2000 años de agricultura en el desierto de Atacama llevaron a cambios en la distribución y concentración de hierro en el maíz». ¿Podría comentarnos un poco más específicamente sobre la importancia que tiene el hierro en esta investigación? Leo en este artículo que los resultados muestran una disminución de la concentración de hierro si comparamos muestras antiguas con muestras modernas de maíz.
AV: A diferencia de lo que la gente comúnmente cree, en la actualidad la mayor parte de la población mundial obtiene el hierro de los alimentos vegetales y no de la carne. El hierro es un mineral esencial para el funcionamiento del cuerpo humano. Esto, porque la carne es aún un alimento restringido económicamente. Sin embargo, en la década de 1950 -a propósito de lo que se denominó la Revolución Verde-, se produjo una disminución de la calidad nutricional de los cereales. Este efecto, que aparentemente estuvo vinculado a la producción intensiva de cereales, fue algo inesperado, y en el maíz se ha reportado una disminución muy importante de hierro. De hecho, la FAO ha reiterado la necesidad de estudiar y de resguardar los micronutrientes en los alimentos. Entonces se nos ocurrió al ver que existían maíces antiguos, y que sabíamos habían sido sometidos a proceso de agricultura intensiva, estudiar si habría ocurrido un fenómeno similar de pérdida de nutrientes. Para nuestra sorpresa encontramos que los maíces antiguos tienen hierro en importantes cantidades y que éstas van disminuyendo en el tiempo en la medida que los grupos prehispánicos intensifican su selección. Y la importancia para mí de este descubrimiento, es que nos acerca un poco más a tratar de dilucidar cuáles son los mecanismos genéticos y fisiológicos que han producido la pérdida de los micronutrientes, para intentar revertirlo o evitar que se produzcan nuevamente, como también aprender las consecuencias de las agriculturas intensivas, ya sea contemporáneas o prehispánicas.

CR: Me comentó además que actualmente quieren extender este tema, pero con un «giro ontológico» sobre las agriculturas coloniales y el «cómo se produce este encuentro entre lo prehispánico y lo hispano en el Norte Grande». ¿Nos podría contar más detalles respecto a esto?
AV: En términos generales hemos estudiado las agriculturas tradicionales prehispánicas, pero a partir del siglo XVI se produce el ingreso de nuevas plantas que traen los españoles. Me interesaría estudiar cómo estas plantas se insertan en la cocina, el ritual y la vida de las comunidades del norte colonial. Ver, si se modifican las preparaciones, la forma en que la gente se relaciona con estos nuevos ingredientes, cómo cambian las tecnologías para su cultivo, cómo impacta en la vida económica colonial, etc. Por otro lado, cuando me refiero a dar un giro ontológico, quiero decir tratar de salir de las viejas dicotomías que permean la teoría, como por ejemplo, plantas cultivada versus silvestres, agricultura versus recolección, etc, porque me interesa poder acercarme a la alteridad (al otro, a otras formas de entender el mundo), desde una mirada renovada, más cercana al pensamiento del mundo andino. Sin duda, el ingreso de nuevas plantas en épocas coloniales debió generar algunas tensiones, por eso creo que pudo ser un momento en que se redefinieron las maneras de relacionarse con el mundo de las plantas. Además, hay que decir que existen muchos estudios que analizan las implicancias de la exportación de plantas exóticas desde América a Europa a partir del siglo XVI, pero se ha hecho muy poco con la mirada contraria. Por tanto, sería interesante ver los efectos del ingreso de nuevas plantas e ingredientes desde Europa para las comunidades americanas y andinas.

CR: Quisiera finalizar con esta pregunta: Vivimos un momento de visibilización y puesta en valor de la diversidad de nuestra herencia indígena en la esfera político-social. ¿Cree que este proceso también puede fortalecer la investigación en Chile de nuestro patrimonio arqueológico?
AV: Creo que valorar política y culturalmente las herencias y tradiciones indígenas debiese redundar en un enriquecimiento de la investigación arqueológica en términos de interpretación, por una parte, y en cómo va a afectar las preguntas de investigación que nos realizamos como científicas. Si una piensa en una arqueología en que las comunidades participen tempranamente, no sólo como receptoras de un conocimiento, sino como agentes productores de éste, sin duda nos abre posibilidades más ricas de interpretación del registro arqueológico y de generación de nuevas preguntas de investigación. Hace poco tiempo escuchaba a la colega Anabel Ford, que trabaja con grupos maya, como la experiencia de hacer arqueología en la selva con gente maya ha ampliado y enriquecido la interpretación del manejo del bosque/selva en tiempos prehispánicos. Por otra parte, los beneficios y ventajas de esta valoración al patrimonio indígena y comunitario, es que la gente lo resguarda, algo siempre deseable para el desarrollo de un mejor país, donde aspiramos a admitir y valorar la diversidad y lo distinto. La investigación científica no puede estar exenta de esto y debe nutrirse de miradas distintas.